En el puesto de observación.
Después de un largo rato de ascenso, aproximadamente 1h de escabrosa pista forestal casi comida por la masa arbórea, Zuli llego a su puesto de observación y mantenimiento. A partir de ahora y las siguientes 24h, ambos lados del estrecho valle quedaban bajo su vigilancia y control.
Para sus tareas disponía de un pequeño habitáculo metálico bien aislado, con todo lo necesario para sentirse cómoda de manera espartana, así como otra serie de contenedores y pequeños espacios donde alojar las herramientas que usaba habitualmente en su turno. En el centro de aquel espacio habitable, se encontraba la interfaz mediante la cual tenía bajo su vista, toda la red perimetral de sensores y cámaras térmicas que delimitaban el cañón transversalmente. Era el único paso más o menos superable a pie en cualquier época del año en unos 10km a la redonda y las intensas campañas de reforestación e introducción de grandes animales, llevado a cabo 40 años antes, había convertido aquel paraje en un auténtico y denso bosque de ribera, plagado de hayas y otras especies autóctonas de gran envergadura, facilitando que cualquier pudiera atravesarlo, sin ser detectado a simple vista desde las alturas. Era un lugar donde gracias a su mejor acceso desde el aire, sin grandes riscos que pudieran poner en peligro a los equipos en helicóptero, se había instalado años atrás el habitáculo para el puesto de observación y control del paso.
En realidad, no es que fuera fácil atravesar aquel muro natural vegetal que ya de por sí se encontraba a gran altura sobre el nivel del mar. Años de toda aquella biología en su total apogeo, había convertido el tránsito entre su madera salvaje, en un obstinado ejercicio de salvar todo tipo de obstáculos. Aún flanqueando la orilla del todavía afluente del río Somiedo, que se encontraba un poco más despejadas, sin duda era una de las opciones más alejadas y menos cercanas a uno de los muchos núcleos poblados temporalmente, atestados de gente esperando a tener la posibilidad de cruzar.
Aquel día Zuli no se encontraba en plena forma, un intenso dolor menstrual todavía no se había atenuado después de la ingesta del calmante habitual y aunque ella era resistente y estaba obviamente acostumbrada, simplemente le daba pereza saber que después de la intensa subida pertrechada con los suministros, aún tendría que bajar al fondo del valle. Las unidades 30 y 66 de la extensa red de láser y espejos receptores en mallas de apenas 10m, llevaban varios turnos dando problemas y tenía que asegurarse de que no las habría movido un animal o se habrían movido directamente por el movimiento del viento en los árboles. En su peor versión de aquella rutina, también cabía la posibilidad de que alguien las podría haber manipulado.
Cuando tocaban ese tipo de tareas o “trabajo de campo”, ella sabría que tarde o temprano podría enfrentarse algún tipo de encuentro directo o problema con alguien intentando cruzar ilegalmente pero solía distraerse suponiendo que los diferentes filtros tecnológicos y humanos que se encontraban antes de llegar al lugar, funcionarán. El conocer la inmensa velocidad de respuesta del mando operacional robotizado, encargado de cubrir aquella frontera natural, la tranquilizaba bastante, aunque ya se habían dado casos en puestos cercanos, donde el protocolo no funcionó como debía y la integridad física de alguna de sus compañeras, sufrió serios daños, e incluso un par de años atrás, la muerte de algún compañero.
Antes de salir, miró echo un vistazo hacía la ladera contraria, le daba el sol en la cabeza ya en parte de la cara, desde el oeste. Quedaba poco para el verano y los días se iban alargando más y más. Apenas eran las 5 de la tarde y daba la impresión de que ese día la tierra no había girado sobre sí misma, más allá del medio día.
Algo se movió entre los árboles a media ladera. No había apenas claros pero unos pequeños riscos dejaron entrever el cuerpo de algún animal. Se tocó el pantalón y en sus bolsillos externos estaban sus pequeños prismáticos. Era miope y aunque acostumbrada a ir sin gafas y disfrutar de una vista más o menos aceptable del paisaje, aquella pequeña distancia ya le dificultaba ver con claridad. Ni siquiera el intenso sol, que en ese momento disfrutaba de una gran tregua entre las nubes bajas, le aportaba la luz suficiente para compensar aquellas dioptrías ganadas con los años. Y mientras, a través de aquellos ojos aumentados, un pequeño núcleo familiar de corzos trataba de husmear algo entre un pequeño matorral.
Tras unas décadas de temperaturas altas y gran uso de pocos pastos bajos que ya quedaban productivos para los cultivos no modificados, se habían acostumbrado a las alturas. A Zuli le sorprendía ver cual era su desempeño actual de los corzos y algunos animales similares sobre las cumbres y las peñas más altas. Le recordaban recursivamente a las cabras que parecían siempre perpetuas en la ladera, durante sus veranos en Villamarín, un pueblo al sur del muro y que probablemente ahora sería cobijo de más de uno/a que espera su oportunidad.
Aquel detalle no condicionó mucho más su moral en aquella tarde, ya asumía su trabajo con cierta alienación y ya estaba pensando en qué tipo de herramientas necesitaría para iniciar el descenso y revisar los sensores. Antes de partir, fijó las cámaras hacía aquellos puntos donde estaban colocados y se aseguro de que el onmirouter emitiera en la banda adecuada del pequeño ordenador que llevaba alojado en la manga. Desde años atrás, aquel invento, nada nuevo en su interfaz, le resultaba un poco similar a los aparatos ficticios que solía fabricarse años atrás en sus encuentros y momentos de disfrazarse al antiguo estilo “cosplay”.
Pensó que quizás volver una y otra vez en aquel recuerdo, no tenía mucho sentido en su contexto actual. La tecnología se había acelerado exponencialmente y aquello de llevar el llevar una especie de móvil en la manga, ahora se encontraban ya culturalmente afincado, incluso en los momentos en los que no era necesario. Las cabras de sus vacaciones, sus disfraces al estilo Cosplay y muchos otros recuerdos similares, aparecían recurrentemente en aquellas 24h que se encontraba sola en aquel paraje. Un silencio vegetal y animal que afloraba con frecuencia cualquier vinculo con la realidad anterior a los sucesos acontecidos apenas 10 años atrás y cambiaron su vida cotidiana y la de gran parte del mundo que nos rodea.
* Aunque quizás no se ajuste a la idea de un puesto de observación, las “Units” de Josep Van Lieshout, me vinieron a la cabeza cuando rememoraba este primer capitulo que escribí hace ya bastante tiempo.
Banda sonora.
Black – Colours of air, Loscil.
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